Espejo Retrovisor

Mirando hacia atrás por un vidrio que me enseña sobre mí, veo caminos, parecidos y muy disímiles entre sí, ellos me llevaron a muchos lugares diferentes. Pero lo más asombroso de este espejo, que enfoca al pasado y duerme en la mesita del luz de mi presente, es que cada lugar, contemplado en determinado momento y compartido de forma particular, tiene una sensación única y singular. Que no vuelve, pero tampoco se pierde. Que se acumula, pero termina por diluirse en la abstracción de lo que pierde el tiempo y recoge el presente a su manera. Que perdura sobre los años, pero es igual de fugaz que un recuerdo, simplemente porque hoy no puede ser más que eso. Y así son estas sensaciones del espejo, siamesas a los momentos de ayer pero completamente incompatibles con mi presente, inimitables.
Recorriendo esos caminos, supe del lugar más intenso, donde está la fuerza sobre los humanos. Donde después del coraje de saltar sólo asomé la puntita del pié y hasta aprendí a volar para volver más rápido sólo por el miedo de permanecer un tiempo más en este nuevo lugar. No hice más que temer. No me caí porque desconfié antes del salto, y sólo conté con mi energía, sin sumar ajenas.
Pasaron los años y me volví a meter en caminos que suelen desembocar en lugares sobre orillas prometedoras de plena belleza y eternidad, pero nunca volví a llegar tan cerca de las verdaderas esencias del río como para tentarme a probar entrar del otro lado y que el otro lado se fusione conmigo. Supe de suelos firmes que podrían recibirme, pero el sentimiento único de saltar estuvo sólo una vez en el espejo, lejos de mi realidad.

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